lunes, 23 de septiembre de 2013

Nuevas estrellas cercanas

Algo pasó con la idea de la "fama".

Hasta finales del siglo XX estaba asociada a algún tipo de habilidad o logro. Por ejemplo, el doctor Fleming fue famosísimo. Muchas de las ciudades españolas conservan aún calles con su nombre, hay monumentos dedicados a él hasta en los pueblos más pequeños (además del muy conocido de la plaza de Toros de las Ventas), etc.

Al descubrir la penicilina y no reclamar su patente, Alexander Fleming puso al servicio de la humanidad un remedio que sigue salvando millones de vidas. Sin embargo, hoy no diríamos que el doctor Fleming es famoso. Al menos no lo es entre las generaciones actuales...

¿Quién es percibido hoy como famoso? La persona que expone su vida privada al escrutinio de todos. Es famosa, por ejemplo, Paqui "la coles", quien sufrió una lipotimia en una programa de la tele al enfrentarse dialécticamente a una "periodista" de la prensa rosa. O la concejal Olvido Hormigos, autora de un vídeo porno robado y difundido por todas partes, y ahora dedicada a concursar en programas de telerrealidad.

¿Cuándo se produjo esta brecha entre la fama como adorno a la virtud y la fama como consecuencia de la exposición pública? Yo me atrevo a dar una fecha: la muerte de Frank Sinatra.

En Sinatra, la principal estrella del espectáculo del siglo XX, se aunaban las dos formas de fama. El público le reconocía como La Voz, el mejor cantante popular de todos los tiempos. Fue un artista excepcional, incluso un excelente actor cuando se tomó en serio la interpretación. A la vez, su propia vida (no sólo su arte) estuvo siempre en boca de todos. Se conoce su existencia prácticamente minuto a minuto: sus andanzas infantiles con la pandilla de su barrio, detalles de las discusiones con el amor de su vida Ava, el menú que tomó en cada restaurante donde comió o cenó, etc. Claro, él no buscó divulgar su vida privada, pero en su tiempo ya era algo inevitable. El público quería saber más sobre Sinatra...

Fallecido Sinatra, la brecha se abrió por completo. La calidad fue cambiada por el exhibicionismo, el mérito dejó paso al atrevimiento y así estamos, en los tiempos de Paqui "la coles" y otro adláteres. Famosos por... nada.

Esta situación realmente afecta a muchas áreas de la vida y nos obliga a cambiar los paradigmas con los que hemos trabajado en los últimos cien años. Aunque tenemos derecho a ser críticos, no podemos permitirnos ser ciegos a ese cambio.

Por ejemplo, los predicadores no lograrán devolver a Jesús el protagonismo perdido si siguen insistiendo en sus muchas virtudes, sus enseñanzas, la salvación que nos promete, etc. Un Jesús exclusivamente virtuoso y benéfico no es significativo para las personas de hoy. Es necesario un Jesús accesible, al que se pueda conocer, cercano, solidario, dolorido con este mundo doliente... El actual Papa Francisco parece estar entendiendo el signo de los tiempos y está corrigiendo el rumbo del catolicismo romano, desde una predicación dogmática (y condenatoria) a una humanización del mensaje.

El mundo del circo necesita igualmente abrirse al escrutinio general, aprovechar las nuevas formas de comunicación y crear toda una suerte de nuevo "star system" cercano, accesible, que interactúe con el público. Ojo, como digo no sugiero una aceptación acrítica de esta nueva forma de fama basada sólo en el exhibicionismo. Mi postura es razonablemente conservadora.

Igual que en el caso del cristianismo, no propongo olvidar el comportamiento virtuoso sino humanizar la comunicación.

Se trata de trabajar por recomponer la brecha, por revivir los viejos buenos tiempos de Sinatra.

No hay retorno a un mundo hermético y asilado que ya no existirá más. Tampoco es cuestión de sacrificar el arte, el buen hacer, por una fama chabacana y efímera.

Más bien consiste en humanizar el arte y las estrellas, acercarlas al conocimiento del público (usando las redes sociales, visitando hospitales, colaborando con fondos de protección de la naturaleza, etc.) a la vez que se sigue refinando el arte en pos del más difícil todavía. Porque como escribió Michel de Montaigne: "incluso en el trono más alto, uno se sienta sobre sus propias posaderas".


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